miércoles, 24 de febrero de 2016

Las haciendas incendiadas del Bajío.

  Lucas Alamán, que era de Guanajuato y conocía muy bien la zona lo anotó en su Historia de Méjico (con j), de que Salamanca no podía tomar parido y era tan realista como insurgente y que levantaba la bandera de uno o del otro dependiendo cuál era el ejército que entraba a la villa. Esto debido a que igual llegaban unos que otros, era imposible estar de parte de unos, pues, siendo este el paso continuo hacia Guanajuato, Valladolid, Salvatierra, Querétaro, México, y teniendo a Iturbide continuamente en la villa, el acomodo que hacían los habitantes (nuestros antepasados) era el "políticamente correcto" a fin de que las casas no fueran saqueadas, robadas o incendiadas, cosa que sí ocurrió con las haciendas. 

  Y el hecho de que las haciendas fueran saqueadas e incendiadas, al principio fue una novedad, ocurrió justo al inicio de la guerra, apenas una semana luego del Grito de Dolores, la hacienda de Temascatío fue saqueada, el pretexto era que el dueño, don Bernabé Bustamante era español. Ya para 1815 la escasez era grande, maíz, trigo, frijol, todo comenzó a cotizarse a precios altos, quien controlaba la venta era precisamente Iturbide, en un negocio alterno que tenía y que en Salamanca su fiel secuaz, regidor unas veces y alcalde otras, Plácido Soldevilla, era quien atendía sus órdenes. Los demás eran parte del grupo cercano, Zamora, Rivero, entre otros. Y es sobre esa problemática que encuentro un interesante escrito que comparto ahora:

  "Dada la permanencia de la revolución y la necesidad de continuar una vida económica entre ambos beligerantes, no es de extrañar que los comerciantes y tratantes realistas e insurgentes intentaran establecer contactos de beneficio mutuo. En el Bajío, comerciantes de las ciudades realistas acompañaban a los insurgentes para comprarles el producto de su pillaje. Existía mucho comercio entre León, Guanajuato y Zacatecas que operaban como mercados activos para la distribución de efectos hurtados. Ganado mayor y menor robado en Lagos, Encarnación, Aguascalientes y otros lugares, hallaban allí mercado sin importarles a los comerciantes de Guanajuato y León su procedencia. El jefe insurgente, el padre Torres, dirigía una empresa muy grande entre la costa del sur, Tierra Caliente y las ciudades grandes del Bajío. Sus vendedores insurgentes ofrecían sal, algodón, zapatos, sillas, toda clase de colambres, azúcar, harina y otros productos para las poblaciones realistas. Patrullas de soldados realistas descubrieron allí un campo cultivado y bien gobernado por los insurgentes. Cerca de León, en  la mesa de Santiago, los campesinos pagaban al jefe rebelde Pedro Moreno un impuesto de seis pesos por cada fanega de grano producido, y latierra floreció "...como si nos halláramos en tiempos tranquilos". Esta situación contrastó mucho con la región de Lagos, donde gobernaron los realistas y donde "...no se ve un palmo de tierra cultivado".

  "Los lazos comerciales entre insurgentes y realistas ataban no solo a los campesinos y artesanos urbanos, sino también a los hombres ricos, comandantes militares y oficiales del gobierno virreinal. El jefe Pedro Moreno funcionó como un intermediario entre Guanajuato y León y el mercado rural. Operaba un mercado en Santiago o Comaja para la venta de muebles, armas, ropa, plata y otros efectos manufacturados, para cambiarlos por mezcal, aceite, algodón, sal, ganado cigarros, granos. Según varios informantes realistas, Moreno obtenía ingresos de 1,000 a 2,000 pesos al mes, producto de un impuesto del 15% sobre las ventas y otras tasas sobre ventas de ganado. El problema del comercio entre los enemigos creció año por año, y en 1818 el coronel Hermenegildo Revuelta pidió instrucción a sus superiores para saber lo que debía hacer con los comerciantes, arrieros y otras personas (muchas mujeres) de Guanajuato, descubiertos en las montañas por fuerzas del ejército real. 

Desde Guadalajara, el general Cruz prohibió totalmente toda forma de comercio con el enemigo. Cruz echó la culpa al comandante de Guanajuato, coronel Antonio de Linares, y a otros comandantes de las ciudades, por falta de acción y por mantener contactos comerciales con el enemigo. Para justificarse, Linares y los otros oficiales realistas dijeron haber recibido ordenes muy contradictorias: por un lado debían destruir la insurgencia; pero por otro debían lograr el restablecimiento de las minas, industrias y agricultura. Al aceptar la realidad de la situación, Linares se veía obligado a hacer la vista gorda ante el comercio clandestino si quería revivir las minas y refinerías. Irónicamente, al mismo tiempo que los perseguía, Linares ayudaba a la economía de los insurgentes, y les ofrecía además muchas oportunidades para obtener información sobre movimientos de tropas y planes de los realistas". (1)

Fuente:

Archer, Christon I. Los dineros de la insurgencia, en Los soldados del Rey. Universitat Jaume I. Catelló de Plana. Valencia. 2005. pp. 228-229.


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