viernes, 22 de mayo de 2009

Una visión histórica de don Isauro Rionda Arreguín

Hablar de la historia del Señor del Hospital nos remite a las tribus otomíes que vivían en el asentamiento de indios de Xidóo, muy cercano a la puebla de españoles denominada Estancia de Barahona, pero debemos entender que no fueron los otomíes el pueblo original de esta zona, sino que fueron introducidos por los españoles, una vez iniciada la expansión del imperio español en el nuevo mundo, meses después de la caída de Tenochtitlán el 13 de agosto de 1521.

Eran los chichimecas quienes poblaban la zona, ellos, como nombre genérico llevaban este nombre que significa algo que los aztecas despicaban y de ahí el uso de chichi que significa perro, para denominarlos. Los chichimecas eran tribus nómadas que vagaban por la zona conocida por aridoamérica, lo que es el actual estado de Guanajuato, así como Aguascalientes, Zacatecas y San Luis Potosí.

Su vida era dura, sin asentamientos y en continuo movimiento, en busca de comida que la naturaleza ofrecía y de los animales como roedores, lagartijas, coyotes y venados que también consumían, daban a ellos un dejo de fiereza. En continua lucha ente ellos mismos y los pueblos cercanos, como el otomí y tarasco era, precisamente en Salamanca, en donde se congregaban estas tres razas, a cual más distinta en su modo de actuar y docilidad.

Ante los continuos asaltos de que los españoles eran sujetos en los caminos que ya se iban trazando rumbo norte a donde ya habían encontrado la primera mina de plata en Zacatecas, deciden iniciar una lucha de exterminio del pueblo chichimeca, llegando incluso a pagar por cada uno que fuera asesinado. Fueron más de treinta años de lucha, los chichimecas seguían firmes en su ideal de libertad y en su propia concepción del mundo cuando “viendo las nefastas consecuencias de la tal guerra, los provinciales de las Órdenes religiosas de Santo Domingo, San Francisco y San Agustín, le pidieron al Rey Felipe II, en 1561, que la comarca chichimeca no fuera conquistada por las armas, sino que se permitiera a los frailes catequizarlos y que se les condonaran los tributos de los chichimecas por algún tiempo y con tales medidas mucho se lograría en la pacificación y triunfo de la fe”.

Es don Isauro Rionda Arreguín, cronista de la Ciudad de Guanajuato y director del archivo histórico del estado quien nos comenta mas sobre ese álgido período en su libro Capítulos de Historia Colonial Guanajuatense, Universidad de Guanajuato, 1993,: “Casi al final del siglo XVI el territorio del actual estado de Guanajuato, sobre todo el Bajío, ya se encontraba totalmente ocupado por villas de españoles o sus hijos, pueblos de indios, estancias ganaderas que en mucho se estaban convirtiendo en agrícolas y algunos ranchos sueltos dedicados al cultivo de cereales que casi en su totalidad se consumían en los reales de minas más cercanos”.

Las consecuencias económicas de la conquista europea estaban ya sobre las poblaciones autóctonas, ante la exigencia de pagar contribuciones muchos de ellos huyen rumbo norte desde las cercanías de Tenochtitlán y se asientan en el Bajío, tlaxcaltecas, mexicas y mazahuas, entre otros mientras que los otomís del ya cacicazgo de Jilotepec, siendo aliados de los españoles, incursionan en el Bajío con la idea de fundar poblaciones sujetas a su cacicazgo. “Así los otomíes de hacia Jilotepec harán su aparición en los principios de la segunda mitad del siglo XVI cargando una imagen de un Cristo que mucho se ha venerado hasta el momento presente”.

Don Isauro continúa así: "Propiamente para los años sesentas del XVI, la fértil campiña de la próxima Salamanca novohispana se encontraba repartida y posesionada en estancias ganaderas de españoles y una que otra aldea indígena, lo que había ocasionado en crecimiento de la población blanca, india y mestiza, sin faltar la negra y mulata, como lo viene a comprobar que para el año de 1563 el obispo de Michoacán Don Vasco de Quiroga, haya designado párroco para la región, con asiento, templo y hospital, en la estancia administrada por Baltasar López de Ledesma y propiedad de un tal Sancho de Barahona, gachupín de reciente arribo al promisor nuevo mundo, lo que no nos debe ser extraño, pues en este momento pocas eran las parroquias en el Bajío que comprendían a un solo centro de población, como ciudad, villa o pueblo, sin que “diversas unidades territoriales, tales como varios pueblos, lugares o haciendas o ranchos…” como nos lo dice Claude Morín”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario